Aunque la miel es conocida por su durabilidad, si no se almacena en las condiciones adecuadas, puede fermentar. La clave para su conservación indefinida está en mantenerla sellada en un ambiente seco y a temperatura ambiente. Si la miel se expone al aire o a la humedad, el contenido de agua puede aumentar, lo que favorece la proliferación de levaduras naturales presentes en el ambiente. Esto puede desencadenar una fermentación lenta, dando lugar a una miel con un sabor más ácido y, en casos extremos, algo de gas en el frasco.
Esta fermentación se utiliza intencionadamente en algunos casos, como en la producción de hidromiel, una bebida alcohólica antigua que se obtiene al fermentar miel con agua.